viernes, 18 de julio de 2014

quejadera


cuánto vas a dolerme, mi amor.
cuántos días sin dormir, cuántos meses sin amar
sin ningún amor
sin amor por el amor
luego de perderte
el día después que decidas
que ya no más
que te volvés
que ya no vas
que no querés.
amor
mi amor
mi único mi más
mi pedacito de pulmón
mi no duermo si no estás
mi no te vayas nunca por favor
mi casate conmigo todas las mañanas
¿qué me vas a enseñar?
que no se tiene nada
ni siquiera lo más propio
lo más profundo
lo irremovible
no se tiene
me vas a enseñar que las cosas son injustas
y por tanto
que no hay que esperar nada de las cosas
ni siquiera a ellas hay que esperarlas
ni que vengan
ni que vuelvan
pero que hay que disfrutarlas furiosamente
amarlas como amo cada momento al lado tuyo
sin mezquinar una gota del ser
pero sin pretenderlas
siquiera
ahí al día siguiente.
qué me vas a enseñar, vos a mí
a mí que realmente
no quiero aprender nada
a mí, que quiero amarte
con la fuerza absoluta de la ignorancia
a mí, por favor
no me enseñes a olvidarte.

a mí, decime, ¿cuánto vas a dolerme?
¿vas a dolerme la inocencia?
¿me vas a doler la salud?
¿vas a dolerme las tardes de acá hasta diciembre?
vas a dolerme los jueves
todos los jueves
que me despierte y no estés
hasta cuando, senil y melacólica,
aún crea en la promesa
de envejecer sordos y juntos.

a dónde carajo voy a ir, mi amor
el día después de que decidas
unilaterlamente
que esto se termina,
el día después de que me rechaces
a mí
y a todo lo mejor que he dado
a todas las palabras con que intenté
inclinar tu inexorable balanza
mimar las llagas de tu piel café
torcerte aunque sea un poquito el destino que te labraste
a dónde a dónde
vamos a ir yo
y el cuerpo que llevo a cuestas
vacío y plomizo
a dónde, mi amor
si estás en todos los putos lados.

vas a dolerme el exilio sentimental
vas a dolerme ahí justito en la cobardía
que me hace armar un bolso cuando me duele mucho
en la imposibilidad de caminar sobre nuestros viejos pasos
grabados en la facultad
en las calles de mi barrio
en las casas de mis amigos
en mi bar preferido
en la ropa que me sacaste
en todos los tangos que hablen de amor

vas a dolerme en el lugar de la cabeza
que voy a darme una y otra vez contra la irrevocable pared
de tu abandono
en el desconsuelo de saber que si no sos vos
no es nadie más
de que me dejás sin razones
me negás hasta las palabras
te llevás la chance más real de ser felices
que la vida nos da

vas a dolerme incluso cuando ya no duelas
en las terminaciones nerviosas
que necesariamente habré de cortar
para dejar de sentirte
en el pedacito de miocardio sin oxígeno
que latía a tu par
en las neuronas perdidas
donde almaceno la ubicación de tus 347 hermosos lunares
y reconstruyo sin dificultad
cada segundo que pasó desde el primero en que te vi.

domingo, 9 de febrero de 2014

para ella

quién soy yo para negarme a la vida
yo que la tengo toda
yo que me despierto de cara al cielo todos los días
cuando no de cara a otro
con todos mi miembros lúcidos
con mi piel completa
valiosamente imperfecta de recuerdos
mágicamente inervada hasta lo más hondo
sensible al viento de mi ventana abierta
cuando no a otra piel
a otro abrazo que me regala


quién soy yo para decirle que no
que no quiero atravesarla calle a calle
yo que puedo, sobre las ruedas de una bicicleta
para mirarle los árboles, yo que puedo verlos
y olerlos con precisión
y sentir el sol lleno de verde
chorreando entre las hojas
caerme sobre los párpados
sobre los hombros tostados,
mis hombros de musculosa de verano
de cicatriz de asfalto
ni llenarla de música obsesivamente
a cada segundo


quién soy yo para no dejarme atravesar
por ella, a quien no le importo más que otro
ni la merezco mejor
ni la respiro distinto


quién soy para no llorarla de vez en cuando
para no dejarme voltear por la misma ola
que me lleva otras veces
a lo más alto
cuando las noches son más negras
o las lluvias más intensas
y todas las avenidas tienen el mismo dulce olor a río


quién soy para no aceptarla en todas
o para juzgarla
de buena
o de perra
para no agradecerla todas las noches
ni compartirla sin cálculo
ni festejarla sin tregua
yo
que puedo



--> viene con esto!

martes, 23 de abril de 2013

ensayo y error

no vas a ser nunca mía.
a veces creo que mi mano es mía en tu cintura, y que el tiempo que te demorás en mis labios es cierto.

no vas a ser nunca mía.
aunque me lo olvide en cada beso, nunca vas a ser mía.
no vas a dejar que la mano que te pongo disimulada en la cintura en una esquina de Caballito, la mano que te dibuja paciente los contornos durante la noche mientras te quedás dormida, la misma que reúne los dedos que se deslizan hacia abajo, hasta encontrarte y reconocerte y recorrerte ya húmedos y saberte en lo más profundo, e interpelarte ahí, en el único lugar posible, donde todo lo que no sos se cae, se abre, se desgaja en el breve lapso que tardo en agitarte, y esa respiración entrecortada, esa forma de arrugar la frente, de levantar los brazos, la fugaz visión de vos misma, de tu yo más sincero que se cuela entre tus ojos entreabiertos y los ruidos que te arranco antes de que me pidas paz, todas esas son de tus palabras las más ciertas. pero a esa mano, la que te desnuda después de sacarte la ropa, la que te mima y te da vuelta, a vos, hacia adentro tuyo, la que te acerca de a palmaditas a la otra mujer, la que tenés escondida o enjaulada, a esa mano nunca la vas a dejar agarrar la tuya por  Corrientes, proclamarte en silencio en ese gesto tan sencillo y primitivo, nunca le vas a dar ni un poco de esa tranquilidad de saberse doble, la facilidad de testificar "estoy con vos" recorriéndote distraída las líneas de la espalda que se apoya en un poste de colectivo en cualquier barrio, a cualquier hora.

hay una florencia que me mira a los ojos, la otra mira a la calle.
a una la conocí en la facultad, a la otra la descubrí cuando besaba a la primera. yo te tenía agarrada y sentí que algo se expandía y otra cosa se perdía, se escapaba, flotaba, se iba. tal vez era lo que quedaba de nosotros que ahí mismo pasamos a ser un continuo de piel y saliva. luego te acompañé a la avenida y en esas cuadras oscuras y frescas no hablamos, no podíamos, toda nuestra sensibilidad había sido exaltada a un punto sin retorno, yo sentía tus uñas en mi espalda y vos mis pestañas en tu cuello aunque camináramos a medio metro y romper el silencio hubiera sido violentar la tibieza que aún nos rodeaba, volver al momento anterior a ese beso, a ese levantarte desde los muslos a la mesada y hundirme entre tus piernas con un hambre ancestral.
a veces se queda conmigo esa otra, a veces me juega por horas, se pone el cuerpo y me lo muestra desde todos los ángulos posibles, me pide con y sin palabras que no le perdone un centímetro, que me quede con ella y que no deje de mirarla, de tocarla, de cojerla hasta que tal vez le gane el sueño y se convierta en la mujer de plomo entre mis brazos o el sol le encandile los ojos y cediendo a lo absoluto que tienen las mañanas en esta ciudad, los cierre. esa que me enreda en preguntas y a la que no le alcanzan mis respuestas, que se acostaría conmigo y con el resto de mis mujeres, la que no usa espejos, la que se ríe si la despeino, la que me regala y se enoja cuando no me tomo las libertades, cuando subestimo su entrega, la que desespera por aprender a tocarme y me ofrenda su boca y me describe mi sabor en colores acuarelados. a veces, incluso me despierto con ella también, que de espaldas me pasa los brazos por la nuca y me recorre desde el vientre hasta las rodillas todavía dormida, hasta que siente mis manos firmes en su cadera despertándole el sexo del cuerpo. a veces incluso, con piernas agotadas y temblorosas, me lleva hasta la ducha y me enseña a bañarla, para volver a mojar el colchón, más suaves y frescos y fríos. o salimos a buscar desayuno, ella en vestido de flores y sonriendo, colgada de mis orejas, oliendo el cielo celeste sobre el anchísimo asfalto de Gaona.

-llegás tarde al trabajo
-sí sé

y un beso largo, profundo, que intenta recapitular en su boca, todos los lugares y los sabores que alcancé con mi lengua esa noche. un beso descaradamente honesto entre los vecinos y los porteros, un beso broche, un beso cierre y acaso un beso último. porque yo salgo y la miro por última vez mientras cierra la puerta de vidrio y me guardo ese último pedazo de la florencia que pierdo en cuanto se da vuelta y se aleja por el pasillo, porque ya no sé de quién es esa espalda, casi seguro de la que voy a ver la próxima vez en la calle, entre la gente, en la facultad. la tirana, la fría, la que me mira desde el otro lado de un velo sin conocerme y controla sus movimientos y me roza apenas y es aburrida e insegura y se alegra de verme, pero en algún lugar que le queda muy lejos y apenas escucha.
a veces, cuando paso muchos días sin tocarla, pienso que mi amiga se va a perder en ese desierto del que la rescato. pienso y sé que un día la florencia con mayúscula puede decidir alejarse, puede ponerse realmente llana y quedarse del otro lado de la pared desde donde no se puede llorar ni ver a la gente llorar. y matar de sed a la de adentro, la que acaba arriba mío tres veces, cuatro veces, cinco veces. y luego me susurra sus sueños.
no hay forma de protegerla de ella misma, no hay forma de protegerme de ella, de ganarle de mano la mano, un cachete, la confianza, la sonrisa, de desanudarle el estómago y la cabeza, de dejarla sin pase y en posición de negociación.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Sariang

Será cierto que todas las despedidas son la misma y que algunas ciudades tienen más de un nombre. Yo no sabría si el tuyo se impuso sobre la ciudad donde me diste ese primer beso que me despertó de un letargo de meses y caras grises o en la otra, donde miramos juntos y sin asombro desde abajo de un toldo una tormenta que se llevaba la luz de las calles, sin animarnos a sentir más que la certeza de que eventualmente iba a parar. Apretados entre la gente, empapados hasta el alma, traslúcidos y semidesnudos,  rodeados de lagartijas y perdidos entre calles sin nombre fuimos suficientemente cobardes para  lanzarnos de la mano a la lluvia sólo porque el calor seca rápido la ropa y las sábanas la piel.
Capaz el justo medio sería reservar tu nombre para el tren nocturno que nos llevó de una a la otra, donde nos conocimos tal vez más de la cuenta y luchamos para dormirnos como nenes y nos despertamos mil veces y de mil maneras distintas pero siempre uno sobre el otro y con renovadas ganas de tocarnos sin importar la cortina ínfima que nos separaba del resto del vagón. 
Yo no sé en qué momento nos desprendimos de todo eso, probablemente nos fuimos despidiendo de cada beso o de cada orgasmo inmediatamente después de que nos atravesaran el ser, dejándolos tirados en un colchón cualquiera o en algún rincón escondido de la vista de los monjes naranjas.  Y lo hicimos con pleno desapego e inconciencia, seguramente de la mejor manera. Pero a eso no le dijimos adiós ayer a la mañana, mochila mediante y con un abrazo artificial que llegó demasiado tarde. Todo eso ya estaba ido y lo único que hicimos –y qué bien hecho- fue soltar las cáscaras vacías que se nos estaban pudriendo en las manos. Yo no sé a quién o a cuántos les dije chau cuando te abracé de esa forma ni sé por quién quise llorar cuando me contaste toda tu historia frente al pad thai, el día que todo llegó al ápice e inmediatamente empezó a caer, pasándonos por encima. Tal vez era por mí, que empezaba a decirte adiós, o por vos que ardías ahí al lado mío, por lo bueno y por lo malo como ardió tu auto a mano de matones contratados.
Pero si fuera así, si realmente fuera cierto, entonces todos tus nombres y tus palabras quedarán estampados en las paredes que rozamos con los codos torpemente al perdernos una y otra vez entre los soi, tu sonrisa más grande y más sincera en la ruta al lago en la que te subimos a una bici por primera vez, tus frustraciones horriblemente disimuladas en los globos que iluminamos y dejamos ir con los brazos bien abiertos al cielo del norte, tu sabor en el rincón del boliche donde nos enredamos con furia y descaro por primera vez, tus historias del mar, ese mar que llevás en tus ojos azules, en las lanchas que nos tomamos y en los muelles grises en que las esperamos sin saber a dónde íbamos, sin que nos importara. Yo renuncio y les dono indistintamente tu manera de recogerme el pelo antes de acercarte a mi boca, la temperatura de tu mano apretando la mía, arrastrándome de un lado a otro de la peatonal, tu desnudarte antes de ir a dormir y tu obsesiva manera de acomodarme la ropa interior sobre la piel. La imagen de tu tatuaje, tus relatos de vida, de mujeres, de trabajos, de tus hijos y tu desesperado amor por ellos. Tu renacer al cielo, al río, a las vías que nos vieron pasar intermitentes y que sin ser más que eso fueron suficiente, fueron muchísimo, fueron todo lo que tenían que ser y lo seguirán siendo, al igual que vos, por ser un punto en el camino recorrido, una marca indeleble en el mapa de mi memoria, a tres días y 900 curvas de distancia, intransitable, irrepetible, irremediable.

miércoles, 22 de agosto de 2012

sunshine, summer, english garden


I am never gonna go to your house again
nor lock my bike in the tiny skinny tree
of your street
nor look for your key that is just like mine
nor take the lift,
walk that corredor
ring your bell
fear while you don’t answer
feel relief when you finally do.

I will never watch you as you make my tea
and then turn my sight to the street
stuck to the window next to the heater
and I will never put my hands over it again
and take them out in the exact moment
before they get burnt.

There won’t be a better place in winter for me.

I will never help you again to set the table
and complain about the green courtains
that keep all the light
or laugh about your habit
of use the same tea bag
twice.

I will never watch silently your clumsy hands
and then your tired face
with the immunity of knowing
that you can not realise
and the shut happiness
of the certainty that you still are.

I will never ever
lay my head on someonelse’s chest
no one will ever rock me
in a softer
or sweeter
way.

I will never stay over at yours again
like I did a thousand times
since I was born.

I will never lie next to you again
in the bed that one day
when you became helpless alone
suddenly turned too big
or too sacred
and touch kindly your old fingers
and listen to your radio
and will never be awaken up again
by your deep, insomne breath.

I will never take you out again
nor find you, waiting, in a corner.
I won’t let you grab my arm again
and fell you squeeze it when I walk too fast.

We won’t come in together anymore
dressed like two princess
to a cab
to a bar
to a restaurant
We will never share the darkness of the theathres again
and I will never feel proud
just to be there next to you, anymore.

I will never be concerned about you anymore
I won’t look alarmed to the pills that you used to take
or impressed to the needles that pricked your skin.

I won’t ask myself again
how can anybody live without sleep, anymore.

I will never hear about your youth again
there’s nothing else I can find out
about your family
about my family
now.

I won’t read for you
I won’t write for you
I won’t run for you
I won’t lie for you
no more.


I will never hug you again abuela
nor receive a call from your home
and you will never pick up the phone again.
I won’t hear your voice anymore
nor be called bebé.

I will never feel so adult and young
at the same time
not needed
not cared
not tenderly loved
never ever again.


Londres, 26.07.12

martes, 21 de agosto de 2012

El agua

Llevo meses cargando adentro mío unas ganas inmensas de llorar.
Las llevo como un líquido denso y frío entre las venas, me pesan en la espalda, me duelen en la garganta. No las contengo a voluntad, se van acumulando solas, gota a gota, y yo sigo sin aprender a llorar como corresponde. Con fuerza como un bebé, con escándalo como un nene o con rencor y portazos, como los adolescentes.

Hoy día, no puedo imaginarme llorando discretamente en una parada de colectivo, o en un tren con una valija en la mano. Luego de días que se cuentan de a cientos, no puedo más que pensarme sentada como un indiecito, una niña india, sentada debajo de un cielo de nubes grises. Tengo 24 años. Calzas y pelo corto. Y estoy en posición de llorar. Yo me miro desde arriba, así que no me veo los ojos. Y desde mí salen dos vertientes de lágrimas, como arroyos silenciosos. Yo estoy sentada, piernas cruzadas, calzas cortas y los arroyos se extienden desde mis ojos que no veo -pero que con certeza son tristes, hace meses son tristes, chicos y opacos-, y me recorren el cuerpo hasta dar con el pavimento, el cual atraviesan buscando las rendijas de las baldosas. Estoy sentada sobre la vereda de la casa de mi abuela y es verano. Lo sé por el olor a cemento húmedo y caliente que tienen las calles en Buenos Aires luego de las lluvias de enero. La lluvia sería mi llanto, que al igual que los arroyos no tiene fin, solamente bifurcaciones. El color del agua es celeste y brilla, porque es pura. Y entre los hilos azul plateados que crecen se van formando islas. Cada una es un motivo por el cual estoy llorando. Las miro y aunque el Delta me guste mucho, me esfuerzo para lograr que los hilos agua que salen de mis ojos se vuelvan anchos y fuertes y hundan las islas por completo.

Una vez nadé en el Tigre. Yo estaba de vacaciones en la isla y hacía muchísimo calor. Estaba triste, pero había un muelle y en la punta una escalera cuyos escalones se perdían bajo el agua. Al principio da miedo porque uno está solo y no sabe qué le espera del otro lado del reflejo marrón del cielo. Es un espejo sucio y profundo que se va tragando sucesivamente la piel de los tobillos, rodillas, cintura y uno se va quedando cada vez más breve y más solo de este lado. Yo no creo que el miedo sea algo que se venza, sino más bien algo a lo que uno se va entregando despacito, hasta que te encontrás con el agua hasta el cuello y con unas ganas locas de meter la cabeza y eso es más fuerte que la desconfianza que te producen las texturas alga o pez que te alcanzan las piernas de vez en cuando. Y así fue como me solté de la escalera del muelle, y nadé perrito en bombacha y sin corpiño entre las orillas verdes, saludando cada tanto a la gente de las lanchas. Y luego me sequé desvergonzadamente al sol y me dormí una siesta sobre los tablones tibios del muelle, de esas siestas excepcionales en las que el cuerpo se hace cada vez más y más pesado, hasta fundirse con el suelo y ser más parte de lo aquello que de uno mismo.

Al despertar, debo haber deseado secretamente una chocolatada. Irremediablemente, cada vez que salgo del agua me da ganas de tomar leche chocolatada tibia. De chica tenía una pileta de goma roja en la casa de mi abuela. A la tarde, éramos ella y yo,  el sol, la manguera y el balcón de Villa Crespo. Creo que había algunas macetas con rayitos de sol fucsias. Me acuerdo que jugábamos juntas, aunque ella nunca se mojaba excepto cuando me secaba a mí. Puedo verla con perfecta claridad parada en la cocina esperándome con el toallón gigante naranja y negro en las manos. Una vez me dignaba a hacerle caso y salir de la pileta, me envolvía y me llevaba a la habitación de la tele grande, donde yo me sentaba aún húmeda con las piernas cruzadas en el sillón y miraba el final de Mirtha Legrand con impaciencia. Porque cuando terminaba venían los Pitufos  y luego El inspector Gadget y venía también la leche que mi abuela había estado calentando en un jarrito de aluminio desde antes de envolverme en el toallón y cuyo olor que invadía la casa fuera, muy probablemente, la única y verdadera razón por la cual yo dejaba la manguera tranquila.
Ahora existen los microondas y la leche hierve inodora. Aún así he vuelto a encontrarme con ese olor una o dos veces más. Y creo que si lo oliera de nuevo instantáneamente lloraría. Aunque fuera a mi cobarde y silenciosa manera.


Londres, 21.8.12

miércoles, 17 de agosto de 2011

Ojos de cielo

Ojos de cielo
Dónde nos encuentra la noche
Amándonos sin tocarnos
- ¿es mejor que tocarse sin amor? –

Ojos de cielo
La noche ya llega y yo te miro
Te miro y no te encuentro
Te miro y no me creo
Cómo las cosas llegaron tan lejos
Y cómo dejamos impunes
Que se nos fueran así de las manos
Las bocas
Y los cuerpos

Ojos de cielo
Sé que nunca
Nadie más
Así.

Ni tanto.

Pero hoy
Y acá
Me cuesta recuperar el asombro verdadero
Ante el brillo de tus pestañas.

Ojos, vos me decís te quiero
Y yo lo siento del lado interno de mis costillas
Elemental
Histológico
Calcificado
Recalcitrante.

Pero de este lado
El tegumento me reclama.
Y yo me acuesto sola cada noche
Aunque sea en tu cama
O en tus brazos
Y duermo desnuda.

Ojos yo podría acostarme así con cualquiera
Intentar suplirte
O enamorarme

Pero, querido, seríamos siempre tres en el colchón.

Yo no sé cómo olvidarme de lo que vi tras tus pupilas
El haberte querido hoy me es una jaula
Y vos, esa jaula
Sos lo que hay
Sos lo que habita
Y permanece
En mí.


Ojos azules